Me asombra que alguien se haya
jugado su carrera política por un máster universitario. ¡Qué disparate tan
grande! Y la Universidad en mitad del lío. Nunca un máster ha valido tanto.
No me parece ilógico que una
política dedicada a la gestión autonómica quiera completar su formación
haciendo un máster justo sobre lo que es objeto de su trabajo. Lo extraño es
que haya sacado tiempo en su ajetreada vida política para hacer un máster
universitario. Una de dos, o el máster no vale para nada y lo regalan, o el
máster es serio, y lo que ha querido la protagonista (y parece que ha
conseguido) es utilizar los atajos. El problema de los atajos es que siempre
hay un amigo de un amigo que tiene un conocido que en una cena con otros
colegas dice que sabe no sé qué cosa, que luego se convierte en fuego amigo. Porque
esto siempre es cosa del fuego amigo. No lo duden. La interfecta apuntaba
maneras a llegar muy lejos en el PP, y sus adversarios (¿o enemigos?) en el PP
han decidido darle caña. Y la pillaron en un marrón porque alguien ha sido
indiscreto, porque sin esa indiscreción casi casi seguro que nunca se hubiese
sabido nada y la aspirante habría lucido un título máster (aparentemente) por
la cara.
Esto es como los cuernos, siempre
es cosa de tres (o de cuatro): el cornudo, el corneado y el colaborador
necesario en la cornada. Aquí también hay tres, un indiscreto, un político que
humilla a la Universidad creyendo que los másteres se regalan, y un
irresponsable que entra en el juego y además arruina la vida de unos cuantos.
Es que me imagino la escena. En un ágape cualquiera coinciden unos y otros, y
surge la peregrina idea de que por qué no iba a hacer la lideresa un máster
como ése, que además ya se organizaría la cosa para que no le exigiese más
dedicación de la necesaria (o sea, ninguna)… y, además, quién iba a saber más del
asunto que ella que está en la pomada. Con lo que una vez más asistimos a ese
acto que cada día se hace tan frecuente en nuestra España de marras que es el
despreciar el saber y sobre todo el universitario. Al final, lo que interesaba
era completar el currículum de la protagonista con un máster (que en algún
despacho oscuro estará redactando del machaca de turno) en el que sería fácil
apañarlo para que luciera en la primera línea de su historial con el mínimo
esfuerzo y lo de menos era el interés en aprender. Tomada la decisión, las
cosas transcurren con naturalidad hasta que la final, probablemente, nunca
terminó el máster de marras pero lo exhibía en su currícula. Y de pronto
alguien de su bando señala que tiene dudas de que en efecto lo tenga, alguien
conoce a alguien, lo comprueban y…. ¡el escándalo está servido!
Al final esto conduce a la
melancolía. De un lado, esa clase política que no tiene currículum que exhibir
porque no han hecho otra cosa en su vida que dedicarse a la política (que no es
lo mismo que hacer política). Y claro, llegan a una edad y a un estatus que
exige tener algo en el historial, y es así cómo nace la fiebre del máster (o de
un título, a secas). Siempre hay un guay, a la espera del premio por el favor
(que en muchos casos simplemente es una imaginación del secuaz), que les
facilita el camino, hasta que alguien señala con el dedo, y se desata la
tormenta. Vergonzoso sin paliativos. De otro lado, la estulticia de la clase
política española. En otros lares, al mínimo marrón que te sacan, dimites. Sin más,
sin líos, rápido y doloroso, pero inmediato. No se atrincheran, ni apelan a la
presunción de inocencia, ni se aferran al sillón… No, dimiten porque además es
la mejor manera de defender su inocencia, si es que son inocentes. Ejemplos
hay… Pero más allá de los Pirineos. Pero aquí siempre se hace honor a las
palabras de Camilo José Cela (que en realidad se lo decía a sí mismo porque él
era un claro ejemplo): en este país quien resiste, gana. Lo de menos es que en
la resistencia se pierda la dignidad y el honor. En fin ¡país! Que decía
nuestro añorado Forges.
(PUBLICADO EN EL COMERCIO, 8 DE ABRIL DE 2018)
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