lunes, 9 de abril de 2018

MI REINO POR MÁSTER


Me asombra que alguien se haya jugado su carrera política por un máster universitario. ¡Qué disparate tan grande! Y la Universidad en mitad del lío. Nunca un máster ha valido tanto.
No me parece ilógico que una política dedicada a la gestión autonómica quiera completar su formación haciendo un máster justo sobre lo que es objeto de su trabajo. Lo extraño es que haya sacado tiempo en su ajetreada vida política para hacer un máster universitario. Una de dos, o el máster no vale para nada y lo regalan, o el máster es serio, y lo que ha querido la protagonista (y parece que ha conseguido) es utilizar los atajos. El problema de los atajos es que siempre hay un amigo de un amigo que tiene un conocido que en una cena con otros colegas dice que sabe no sé qué cosa, que luego se convierte en fuego amigo. Porque esto siempre es cosa del fuego amigo. No lo duden. La interfecta apuntaba maneras a llegar muy lejos en el PP, y sus adversarios (¿o enemigos?) en el PP han decidido darle caña. Y la pillaron en un marrón porque alguien ha sido indiscreto, porque sin esa indiscreción casi casi seguro que nunca se hubiese sabido nada y la aspirante habría lucido un título máster (aparentemente) por la cara.
Esto es como los cuernos, siempre es cosa de tres (o de cuatro): el cornudo, el corneado y el colaborador necesario en la cornada. Aquí también hay tres, un indiscreto, un político que humilla a la Universidad creyendo que los másteres se regalan, y un irresponsable que entra en el juego y además arruina la vida de unos cuantos. Es que me imagino la escena. En un ágape cualquiera coinciden unos y otros, y surge la peregrina idea de que por qué no iba a hacer la lideresa un máster como ése, que además ya se organizaría la cosa para que no le exigiese más dedicación de la necesaria (o sea, ninguna)… y, además, quién iba a saber más del asunto que ella que está en la pomada. Con lo que una vez más asistimos a ese acto que cada día se hace tan frecuente en nuestra España de marras que es el despreciar el saber y sobre todo el universitario. Al final, lo que interesaba era completar el currículum de la protagonista con un máster (que en algún despacho oscuro estará redactando del machaca de turno) en el que sería fácil apañarlo para que luciera en la primera línea de su historial con el mínimo esfuerzo y lo de menos era el interés en aprender. Tomada la decisión, las cosas transcurren con naturalidad hasta que la final, probablemente, nunca terminó el máster de marras pero lo exhibía en su currícula. Y de pronto alguien de su bando señala que tiene dudas de que en efecto lo tenga, alguien conoce a alguien, lo comprueban y…. ¡el escándalo está servido!
Al final esto conduce a la melancolía. De un lado, esa clase política que no tiene currículum que exhibir porque no han hecho otra cosa en su vida que dedicarse a la política (que no es lo mismo que hacer política). Y claro, llegan a una edad y a un estatus que exige tener algo en el historial, y es así cómo nace la fiebre del máster (o de un título, a secas). Siempre hay un guay, a la espera del premio por el favor (que en muchos casos simplemente es una imaginación del secuaz), que les facilita el camino, hasta que alguien señala con el dedo, y se desata la tormenta. Vergonzoso sin paliativos. De otro lado, la estulticia de la clase política española. En otros lares, al mínimo marrón que te sacan, dimites. Sin más, sin líos, rápido y doloroso, pero inmediato. No se atrincheran, ni apelan a la presunción de inocencia, ni se aferran al sillón… No, dimiten porque además es la mejor manera de defender su inocencia, si es que son inocentes. Ejemplos hay… Pero más allá de los Pirineos. Pero aquí siempre se hace honor a las palabras de Camilo José Cela (que en realidad se lo decía a sí mismo porque él era un claro ejemplo): en este país quien resiste, gana. Lo de menos es que en la resistencia se pierda la dignidad y el honor. En fin ¡país! Que decía nuestro añorado Forges.


(PUBLICADO EN EL COMERCIO, 8 DE ABRIL DE 2018)

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