¿Ha llegado el fin de la
socialdemocracia –como sostiene Podemos-, o del PSOE –como cree el gurú
Arriola-? Esta pregunta, aunque no lo crean, tiene mucho que ver con lo que
está pasando en este país. El PSOE, al menos su secretario general y su
aparato, nos acabarán imponiendo unas terceras elecciones (que, en contra de lo
que ellos creen, será un desastre mayúsculo para el PSOE, iniciando así
irremisiblemente la travesía por la irrelevancia parlamentaria y política que
sufrió en su momento primero el PCE y ahora IU) porque han dejado de ser (si
alguna vez lo han sido) socialdemócratas. El PSOE ha dejado de ser progresista,
un partido realista, posibilista, global, modernizador y de gobierno (señas
propias de la socialdemocracia), porque la lucha por el poder interno de un
segmento de su aparato (curiosamente el más joven y que mejor debiera entroncar
con los principios de la socialdemocracia, aportándoles frescura y vitalidad) pasa
por contentar a una militancia sensiblemente envejecida, desorientadamente
indignada, sectaria y fetichista con proclamas grandilocuentes y muy vacías. Este
PSOE autista, incapaz de llegar a la gente normal porque sólo se habla a sí
mismo, encadenado y paralizado por sus mantras, empeñado en que los demás hagan
lo que él dice que tienen que hacer (imperialismo moral y ético, muy propio de
la izquierda radical), y tratando de ocupar un espacio, el de la izquierda del
marxismo posmoderno, que nunca ha sido el suyo y que ya ha fagocitado el
anarcomarxismo de Podemos, está camino de dejar de ser un partido progresista,
moderno y de gobierno.
La socialdemocracia siempre ha
sido el espacio político del centro-izquierda, de las clases medias ilustradas,
preocupado por el bienestar de todos dentro de las posibilidades de cada cual,
y del sistema en su conjunto; una espacio de realismo pragmático, al que la
izquierda marxista nunca le ha perdonado su falta de fanatismo utópico. La
socialdemocracia es ese lugar habitado por quienes creen que el azar también es
cosa de la comunidad, que tiene un deber humano y solidario de ayudar a quienes
ha castigado la fatalidad; lo que no consiste en castigar a los afortunados,
sino en entre todos (sistema fiscal) paliar el infortunio; ese espacio político
donde lo importante no es imponer la utopía cueste lo que cueste, sino crear
“sociedades buenas”, sociedades dignas en las que todo el mundo (hasta Rajoy)
merece un respeto y a todos deben dársele los instrumentos para sentirse reconocidos,
respetados y dignos. Por eso la socialdemocracia es el espacio de la política
real y posible.
Si el PSOE fuese hoy un partido
socialdemócrata pararía su sangría de votos (sería realista), pactaría con el
PP y C’s la investidura de Rajoy sobre políticas reales, prácticas y tangibles
(sería pragmático), y aprovecharía su condición de primer partido de la
oposición para desgastar al PP durante 4 años (interrumpiendo de una vez esta
prórroga de la mayoría absoluta del PP con un gobierno insumiso e interino),
hacerse fuerte para arrinconar a Podemos en el especio que le corresponde (la
marginalidad política de un partido de exaltados anarcomarxistas) y recuperar
el centro con ideas y proyectos de futuro (sería posibilista). Pero me temo que
el PSOE ha terminado por rendirse a la maldición del temperamento español: como
dice Prittchett, todos somos en el fondo unos anarquistas. Pero, ¡qué va a
saber este pobre profesor periférico!
(Publicado en el diario El Comercio, 18 de septiembre de 2016)