lunes, 7 de mayo de 2018

LO QUE CUESTA INVESTIGAR


Se ha montado un cierto revuelo con ocasión del anuncio de la Unión Europea según el cual la labor científica que sea financiada con fondos europeos debe ser accesible a cualquiera. El sector de la edición científica se ha puesto patas arriba porque ésta sana medida lamina su negocio. A alguien se le ocurrió en un momento determinado que, si la reputación de un científico se podía medir por el impacto de sus publicaciones, es decir, por cuántos las leían y las citaban, ¿por qué no cobrar al científico que quisiese publicar en esas revistas o editoriales? Tener reconocimiento académico tiene un precio. Si a eso le unimos que muchas disciplinas científicas son universales (el genoma es el mismo aquí que en China) y que en esos campos existe una comunidad científica global que para comunicarse han elegido dos idiomas comunes: el inglés y el matemático, ¿por qué no cobrar globalmente? Y para rematar, ¿por qué no nos inventamos unas agencias de calificación, como las que evalúan el riesgo económico de los países, que establezcan los rankings de las publicaciones más prestigiosas donde todo el que quiera ser alguien en la ciencia debe publicar en ellas para lograrlo? Todo junto, gloria. Un gran y boyante negocio editorial que tengo para mí que ha corrompido en alguna medida el discurrir natural de la ciencia, a lo que han contribuido nuestras respectivas agencias evaluadoras de la calidad del trabajo científico que están, creo yo, un poco (si no mucho) deslumbradas por los rankings y los impactos. Incluso hay factores que te colocan en el ranking científico. Uno de ellos es el facto “H”, que se han inventado unos señores, no se sabe de dónde y que yo sigo sin entender. Pero que cada día se usa más para encasillarte y hacerte merecedor de proyectos de investigación. En fin, no tenía yo bastante con el punto g, y ahora resulta que el tema era tener un factor h.
Las ciencias blandas, que nos habíamos librado en buena medida de ese corsé, nos vemos cada vez más abocados a funcionar como nuestros colegas de las duras. En mi ámbito, el Derecho Constitucional, un saber sólo relativamente global, cada vez se impone más como criterio superior de evaluación de la calidad de nuestros trabajos, que se publiquen en habla inglesa. Lo paradójico de esto es que lo que se ha convertido en sello de calidad de un trabajo en mi campo es que esté escrito en inglés, como si hacerlo ya hiciera bueno lo que dices, y no la altura y rigor de lo escrito. Vaya, que lo que prima es que usted sepa escribir en inglés o tenga dinero para que se lo traduzcan, aunque lo que diga no valga para nada. Si además resulta que, si pagas, te lo publican, la consecuencia es que sólo los ricos por casa podrán hacer Derecho Constitucional. Tengan en cuenta que un trabajo científico de las ciencias duras suele ser breve y con apenas texto y sí mucha matemática y mucho gráfico, que no hay que traducir. Un trabajo de Derecho Constitucional tiene entre 20 o 30 folios, está lleno de notas a pie de página, y no hay un solo momento de respiro para el lenguaje. A eso súmenle que en especialidades como la mía el lenguaje importa. Quiero decir, los matices, los giros idiomáticos, las expresiones, los estilos, los modos de expresión de cada tradición jurídica son esenciales. Por mucho que uno sepa inglés, yo no me atrevería a publicar en ese idioma; y cuando media un traductor, aunque sea especializado, los problemas no son menores. O sea, que a mí me parece estupenda la decisión de la Unión Europea de que todo trabajo científico financiado o que resulte de un proyecto financiado con dinero de la Unión, o sea de todos, debe publicarse y difundirse libre y abiertamente. La ciencia, dura y blanda, es de todos, no sólo de quien se la pueda permitir (y sepa inglés).

LA MANADA


No les va a gustar lo que voy a escribir a continuación. No les va a gustar porque no voy a aplaudir ni a jalear a las turbas, ni a los penalistas de twitter, ni a los medios de comunicación irresponsables e incendiarios, ni a los políticos oportunistas. De todo este lío de la Manada al final me queda un vértigo terrible, y es que hemos vuelto a la justicia de las turbamultas, a las masas en la calle enloquecidas haciendo “justicia” y persiguiendo a los que alguien señala como causa de todos los males. Esta vez les ha tocado a tres magistrados de una Audiencia Provincial por haber hecho bien su trabajo. Sí, sí, como lo oyen, por hacer bien su trabajo. Guste o no guste, se discrepe o no de la sentencia. ¿Usted ha leído la sentencia? Pues mire, yo sí. Y tengo que decirle que el esfuerzo de sus señorías en argumentar y razonar la condena firme y sin paliativos a esos cinco mamarrachos es ímprobo. No lo es menos el voto particular a pesar de sus muy discutibles conclusiones. Pero alguien tendrá que decirlo, alguien tendrá que defender el trabajo impecable de tres jueces en un caso dificilísimo y tremendamente enrarecido, porque desde el minuto uno la mayoría de los medios de comunicación no hicieron más que alimentar el fuego de una rabia y un estupor, comprensibles y justificados, para terminar en convertirlos en una ola de odio irracional dirigida además al sujeto equivocado… porque lo curioso es que las hordas rompen cordones de seguridad para atacar a los jueces, pero no para cargar sobre la gentuza que le ha jodido la vida a una niña de 18 años, y a saber a cuántas más. Ojo, que no estoy diciendo que se debió hacer. Sólo digo que es triste que este país, que se ha convertido en una manifestación compulsiva permanente, haya perdido el norte de esta manera.
No voy a entrar en el análisis técnico de la sentencia, porque eso lo han hecho otros más autorizados. No soy penalista. Me limitaré a recordarles que a estos indeseables se les ha condenado. ¿Poco? Pues probablemente sí. Pero están condenados. Que no les engañen las palabras. El “abuso” sexual es un grado de la forma en la que el legislador penal ha definido la violación. Probablemente el origen del lío está ahí precisamente, en la forma tan engorrosa y torpe de punirla, que se ha hecho con ojos de hombre y no de mujer, para la que intimidación o violentar significan otra cosa. A estos tipejos se les condena por violar a esta chica; aunque no se hace en la forma más grave posible, es cierto. Pero tampoco se les exonera, ni se les justifica, ni se les absuelve, ni se les excusa. La sentencia es exquisita en el trato con la víctima, a la que en ningún momento se la menosprecia o se le imputa ninguna acción provocadora o incitadora. La sentencia cree a la mujer, y es implacable con estos cinco descabezados. No les da tregua. Pero como nadie se ha leído la sentencia….
Yo acuso. Acuso a los legisladores que creen que hacer leyes en una democracia es ir a golpe de turba, que ellos mismos por querer rizar el rizo han definido los tipos penales de agresión sexual de una manera tan compleja y liosa que de esos polvos tenemos estos lodos; que no entienden la lógica de la mujer en tipos penales como éstos; que siguen obsesionados con el consentimiento y la fuerza. Acuso a unos medios de comunicación que ahora ponen nombre a los jueces y tribuales; que no entienden la complejidad de un proceso penal de estas características; que no se limitan a hacer crónica judicial, sino que toman partido –aunque no lo sepan-. Acuso a todos esos opinadores y opinadoras que reclaman siempre sangre y que todo lo resuelven con la guillotina en la calle. En casos terribles como éste es muy fácil encender el fuego de la justicia popular, pero muy difícil reparar el daño que se hace, y que nos hacemos a todos.
El problema es que nada de eso ayuda a esta mujer que ha sido víctima de cinco energúmenos. Son ellos los malos de esta película, y así ha quedado probado en el juicio. Son ellos y nos los jueces los que deben penar. Ahora, piensen siquiera dos segundos sobre esto. ¿Qué clase de sociedad tenemos cuando producimos gentuza así, que además son guardias civiles o militares? Denle una vuelta, y sigamos jaleando desfases como los “San Fermines”.
PUBLICADO EN ELCOMERCIO 29 DE ABRIL DE 2018