Es una cita clásica en los
estudios sobre transparencia de los poderes públicos (si es que así se pueden
llamar los amontonamientos de páginas poco rigurosas que proliferan en este
tema) la del Justice de la Corte
Suprema de los EEUU Louis D. Brandeis según la cual, y parafraseo, la luz del
día es el más poderoso desinfectante, y la luz eléctrica el policía más
eficiente. Traducido a nuestra castiza manera, luz y taquígrafos sobre toda
actuación de los poderes públicos. Pero en ocasiones, y llámenme aguafiestas,
tanta luz ciega y tanto desinfectante quema. No seré yo quien niegue la
necesidad irrenunciable de la transparencia en la actuación de los poderes
públicos. Faltaría más. Pero no cuenten conmigo para sumarme a la moda fetichista
de la transparencia. Es bien sabido que el exceso de transparencia tiene un
perverso efecto: la paralización de la acción administrativa y política.
Pues yo creo que es lo que está
pasando una vez más en este proceso tortuoso y enrevesado de la investidura de
la presidencia del Gobierno de la Nación. Tradicionalmente los procesos de
negociación entre los grupos políticos para alcanzar un acuerdo sobre la
investidura, liderado por el cabeza de lista del partido más votado en las
elecciones generales, eran sumamente discretos. La bambalina en política es
importante y hasta vital. En ella se desenvuelven con el debido sosiego y
discreción los negociadores, que difícilmente podrán trabajar si están
sometidos a la presión de una cámara y un micrófono. Una negociación es un
proceso duro, lleno de altibajos, de estrategias y tácticas, donde se dice de
todo y no se dice nada. La negociación política tiene una lógica difícil de
entender por quien está fuera de ella, y la experiencia dice que es bueno dejar
que siga su curso el tiempo que sea prudentemente necesario. Lo curioso de este
país de pandereta es que hay un enfermizo empeño en poner luz y taquígrafos a
las negociaciones, pero luego nos resulta indiferente su resultado. En Alemania
se respeta el secreto de las negociaciones, pero el acuerdo de gobierno
alcanzado entre los negociadores (que suele ser muy detallado) es público y
constituye un auténtico compromiso político del Gobierno con la Nación. No
hacerlo así, fijarnos en cómo se negocia y cuándo y no en su resultado, convierte
el interés en la negociación en simple cotilleo muy propio de un país que cree
a pies juntillas el dicho “piensa mal y
acertarás”.
Lo peor es que son estos nuevos
políticos los que se citan para celebrar día tras día esa ceremonia de la
confusión con una y otra rueda de prensa. Están constantemente importunándonos
con sus cuitas negociadoras, y creen que así son más transparentes, cuando en
realidad lo único que logran es aumentar la confusión y la indignación de los
ciudadanos porque sólo escenifican una constante verborrea llena de
contradicciones. El caso de Rivera es proverbial, porque habla tanto que
inevitablemente vive y transmite una permanente contradicción que ya nadie
alcanza a entender. Iglesias que es más listo, se limita a callar y a esperar.
Y parece que Sánchez ha aprendido la lección y se ha vuelto anormalmente
discreto y parco. Por favor, menos “transparencia” y más decisión.