viernes, 26 de agosto de 2016

CUANDO TANTA LUZ CIEGA

Es una cita clásica en los estudios sobre transparencia de los poderes públicos (si es que así se pueden llamar los amontonamientos de páginas poco rigurosas que proliferan en este tema) la del Justice de la Corte Suprema de los EEUU Louis D. Brandeis según la cual, y parafraseo, la luz del día es el más poderoso desinfectante, y la luz eléctrica el policía más eficiente. Traducido a nuestra castiza manera, luz y taquígrafos sobre toda actuación de los poderes públicos. Pero en ocasiones, y llámenme aguafiestas, tanta luz ciega y tanto desinfectante quema. No seré yo quien niegue la necesidad irrenunciable de la transparencia en la actuación de los poderes públicos. Faltaría más. Pero no cuenten conmigo para sumarme a la moda fetichista de la transparencia. Es bien sabido que el exceso de transparencia tiene un perverso efecto: la paralización de la acción administrativa y política.
Pues yo creo que es lo que está pasando una vez más en este proceso tortuoso y enrevesado de la investidura de la presidencia del Gobierno de la Nación. Tradicionalmente los procesos de negociación entre los grupos políticos para alcanzar un acuerdo sobre la investidura, liderado por el cabeza de lista del partido más votado en las elecciones generales, eran sumamente discretos. La bambalina en política es importante y hasta vital. En ella se desenvuelven con el debido sosiego y discreción los negociadores, que difícilmente podrán trabajar si están sometidos a la presión de una cámara y un micrófono. Una negociación es un proceso duro, lleno de altibajos, de estrategias y tácticas, donde se dice de todo y no se dice nada. La negociación política tiene una lógica difícil de entender por quien está fuera de ella, y la experiencia dice que es bueno dejar que siga su curso el tiempo que sea prudentemente necesario. Lo curioso de este país de pandereta es que hay un enfermizo empeño en poner luz y taquígrafos a las negociaciones, pero luego nos resulta indiferente su resultado. En Alemania se respeta el secreto de las negociaciones, pero el acuerdo de gobierno alcanzado entre los negociadores (que suele ser muy detallado) es público y constituye un auténtico compromiso político del Gobierno con la Nación. No hacerlo así, fijarnos en cómo se negocia y cuándo y no en su resultado, convierte el interés en la negociación en simple cotilleo muy propio de un país que cree a pies juntillas el dicho  “piensa mal y acertarás”.

Lo peor es que son estos nuevos políticos los que se citan para celebrar día tras día esa ceremonia de la confusión con una y otra rueda de prensa. Están constantemente importunándonos con sus cuitas negociadoras, y creen que así son más transparentes, cuando en realidad lo único que logran es aumentar la confusión y la indignación de los ciudadanos porque sólo escenifican una constante verborrea llena de contradicciones. El caso de Rivera es proverbial, porque habla tanto que inevitablemente vive y transmite una permanente contradicción que ya nadie alcanza a entender. Iglesias que es más listo, se limita a callar y a esperar. Y parece que Sánchez ha aprendido la lección y se ha vuelto anormalmente discreto y parco. Por favor, menos “transparencia” y más decisión.

lunes, 8 de agosto de 2016

ORGULLO VAQUEIRO

Soy xaldu. Pertenezco formalmente a esos otros que durante tanto tiempo, y acaso aún hoy, creían que ellos, los vaqueiros, eran los otros. Hoy también formo parte de los vaqueiros; aunque sea tan sólo honoríficamente, lo que no es poco. Es curioso ese hambre de identidad que tenemos los humanos. De sentir que pertenecemos a algo o a alguien. Cuántos disgustos nos ha traído la “identidad”, el mal de la modernidad que decía Sartori y remachaba Judt. Esa constante vital que necesita alimentarse de pertenencia, de arraigo, aunque sea en algo imaginario. La política ha vivido siempre de inventar, revolver y revindicar identidades. Unos apelan a la nación y se inventan una historia para justificarla, otros nos hacen creer que pertenecemos a un grupo oprimido y al borde del principio, los de más allá apelan al patriotismo y la sangre... Todos invocan y conjuran nuestro miedo, porque la identidad que no es la propia que nace de nuestra condición de ser humano único e irrepetible (la única en la que yo creo), esa identidad grupal y gregaria, se alimenta del miedo y el rencor, apela a nuestros complejos y debilidades, y nos hace creer que perteneciendo a ese colectivo identitario estamos a salvo del mal y la desgracia, en él superamos nuestros complejos porque somos los únicos, verdaderos y superiores moral y culturalmente, condenando al resto a pertenecer a la categoría de los otros, descalificados y trasterrados a la inequidad de ser el enemigo de nuestra identidad. Esa identidad no es más que miedo.
Pero el otro día, sentado en aquel paraje indomable, inhóspito y estremecedor de las brañas de Aristébano, aderezado con un buen día asturiano, de esos de humedad anquilosante y gris plomo sobre las cabezas, pensé que hay otra identidad. Una identidad que sólo espera respeto y reconocimiento, que no se define por exclusión ni necesita despreciar a los que no la poseen para ser lo que son. Descubrí una identidad pegada a la tierra, a la lluvia, al orgullo de sobrevivir en una naturaleza bella y despiadada (si es que esto no es una redundancia). Una identidad forjada en el esfuerzo y el sufrimiento, que sólo quiere que le dejen ser como es, que no se mete con nadie, ni necesita de comparación con nada. Es la identidad que nace de la condición de ser único y propio, que nace de la libertad de ser lo que uno quiere ser. Por eso, como allí se dijo, los vaqueiros nacen donde quieren, porque lo que hace a uno vaqueiro es que el alma se inflame en las campas de Aristébano. Y si ese paisaje no te encoge, no te atrapa, no te posee, no podrás ser vaqueiro. En ese paisaje está todo, no necesita más explicación.

Yo no sé si lo soy o no, ellos, los vaqueiros han creído que podía formar parte de esa gente brava, orgullosa, recia y firme, libre… Ese día en que me hicieron el honor inmenso de aceptarme entre ellos, sentí el orgullo de pertenecer a esos altos, sin complejos, sin miedos, sin arrogancia. Ese día, comprendí el paisaje y me hice vaqueiro.

jueves, 4 de agosto de 2016

VIDAS CUMPLIDAS


Recuerdo una ya lejana conversación con un buen amigo en la que reflexionábamos sobre la descendencia, sobre el porqué del tener hijos. Al final concluimos que de alguna manera perseguíamos perpetuar nuestra memoria a través suyo y la de sus hijos y la de los hijos de sus hijos. Somos memoria y apenas un ínfimo tiempo físico de existencia. El resto es recuerdo y unas fotos adormecidas en qué se sabe lugares. ¿No se han preguntado nunca en cuántos álbumes de fotos podrían estar su imagen? Esas fotos de otros en las que aparecemos accidentalmente…  La foto digital y los álbumes virtuales amenazan con extinguir también esa forma de recuerdo que fluye de una foto en la que aún sonreímos. Si nadie nos ve, ni nos recuerda, seremos olvido, y eso me angustia. Siempre he pensado en la inmensa cantidad de vidas olvidadas, que ni siquiera son ya un polvo de historia familiar. Probablemente por eso se han inventado las religiones, para prometernos la perdurabilidad a través del más allá, la vida eterna, o de un más acá reencarnados. Hay que alimentar nuestro apetito de perdurabilidad. Porque si no perduramos, ¿qué sentido tiene vivir? ¿Sumar horas y pérdidas? La vida al final es una suma de tiempos muertos y de pérdidas constantes… perdemos la lozanía, los dientes, el pelo, el buen humor, la paciencia, hasta la educación. Por eso las sociedades envejecidas acaban perdiéndolo todo. Ya no hay nadie con ganas de soñar, porque la vida se convierte en una lucha contra el tiempo que resta, y eso es una putada que nos pone del mal humor. La vida a partir de un momento se convierte en una mirada atrás, en un ajuste de cuentas sordo e estéril. Una yerma obsesión por revisitar nuestra vida vivida. Las sociedades se construyen con ilusión y mirando al frente.
Por eso me admiran las personas que se van con la vida cumplida y que perduran en los relatos sobre su vida. En ellos el hueco físico y material se desvanece porque se llena de pensamientos y remembranza. Yo es a lo que aspiro porque me aterra la idea de morirme (aquí no vamos a quedar ninguno, como dice mi chica) y convertirme en un hueco silencioso que con el tiempo también será olvido. En mi labor diaria tengo la necesidad de acudir a los clásicos, y siento el deber de releer y citar a quienes ya no están, porque creo que les debemos su recuerdo y mantenerlos vivos en la cita de su trabajo. Pago mi deuda intelectual con su permanente presencia en lo que escribo. La cultura occidental laica (afortunadamente) y descreída ha abandonado el rito ancestral y compartido por muchas civilizaciones de rendir culto a sus antepasados. Los manes de la casa romana. Acaso nuestra costumbre de exhibir las fotos de nuestros antepasados tenga que ver con el espacio que las casas romanas dedicaban a venerar a los suyos, a sus manes. Memoria y recuerdo, una y otra vez. No perderse en la mar a la que todos hemos de ir a parar.

Inevitablemente yo también seré alguna vez un hueco. Pero quiero que mi vida termine cuando esté cumplida y el hueco pueda rellenarse con el recuerdo de aquéllos que crean que merece la pena formar parte del panteón de sus manes.