martes, 2 de julio de 2019

ARCHIVOS

Siempre me han fascinado los archivos. Esos lugares en los que reposan vidas y memorias en suspenso. Hay algo en esos espacios donde se acumulan cajas y cajas de papeles, informes, cartas, oficios, resoluciones, notificaciones y vaya usted a saber cuántas otras cosas. Todas ellas preñadas de pasado y olvido. El silencio de esos espacios, que en contra de lo que parece, suelen ser sitios frescos, tranquilos y luminosos. Santuarios de cronologías y orden. Cada cosa tiene su sitio, y en cada sitio está lo que le corresponde.

En estos tiempos acelerados y líquidos, los archivos son un homenaje a lo que fuimos. En ellos discurren los minutos de otro tiempo. Me imagino cuánta vida, cuántas historias cotidianas encierran sus cajas. Yo para eso soy un desastre. Me olvido de guardar las cosas, a pesar de mi propósito de tener mi pequeño archivo personal. Ni siquiera soy capaz de ordenar mis fotografías. Capto el instante, pero no sé volver a él. Como tampoco sé volver a lo que escribo. Soy mal padre para mis creaciones. Me da un inmenso pudor releerme o reverme… Bueno, de hecho, sólo conservó mis escritos por si hay que aportarlos a algo, no vaya ser que a pesar de tener un buen puñado de trienios alguien te pida que acredites no sé que cosa que publicaste cuando ni siquiera sabías qué eran. No me gusta salir en las fotos… algún día alguien podrá dudar de que yo estuve aquí o allí porque no salgo en ninguna. ¿Para qué? Me gustan así, porque me da la locura de verlas será para recordar la belleza de ese instante o el recuerdo de lo que fuimos. Para eso, mi presencia es innecesaria.

Me gusta refugiarme en los archivos. Bajar a esos sótanos o a esos altillos a los que los desterramos. Hurgar en las cajas y cotillear los legajos. No tengo ánimo alguno de reconstruir nada, tan sólo me gusta imaginarme el mundo y las personas que en él habitaron y redactaron aquellos papeles. En ellos se encierra la vida, como hibernada. Mi imaginación se desparrama entre los folios, las firmas, la jerga de las declaraciones y los saludas, el tono de los acuses de recibo, los sellos de los expedientes. En ellos dormitan miles de historias, pequeñas historias de vida cotidiana, condenada tarde o temprano a la destrucción y al reciclaje. En los archivos se pueden reconstruir geografías, espacios, rencores, indignidades y corajes. En ellos se cuenta la vida real. Confieso que siento cierta turbación cada vez que desato el cordón de una carpeta y de entre el polvo del tiempo emergen nombres y relatos. Y me estremece la idea de cuánto olvido encierran también los archivos. Cuánta gente anónima que ya ni siquiera lo es porque nadie se acuerda de ellos. Cuántas vidas olvidadas. Siempre me pregunto cuántos secretos esconden esos papeles. Cuánta desmemoria. Y eso me entristece.

Sí, los archivos me gustan. Me gusta su olor y la belleza de su orden. Pero no sabría ser archivero, porque viviría cada vida encerrada en sus cajas. Mi imaginación se desataría y finalmente quedaría postrado de nostalgia y melancolía por esa gente cuyo único rastro en la vida es un archivo silencioso. 

(Publicado en El Comercio el 23 de junio de 2019)

lunes, 10 de junio de 2019

MARCOS CONCEPTUALES Y FLUJOS ELECTORALES



Como bien ha puesto explicado Lakoff, nos movemos con arreglo a ciertos marcos conceptuales y valorativos. Esos marcos son los que nos ayudan a comprender el mundo en el que vivimos y a saber cómo comportarnos en él; expresan convicciones y ordenes morales que en muchas ocasiones son inconscientes, pero que condicionan la forma en la que nos desenvolvemos, nuestras preferencias… en fin, nuestra forma de ver y entender el mundo y a los que en él habitamos. En buena medida los programas políticos exitosos son los que apelan con eficacia a nuestros marcos. Eso explica ciertos flujos y reflujos en el voto que sorprenden porque no son coherentes en principio con la posición ideológica que les presuponemos a ciertos colectivos de votantes (la gente de una edad, la población rural o la clase media vota conservador; los jóvenes, la población urbana o la clase obrera votan progresista). Por ejemplo, las últimas elecciones en España (y en Europa) han estado marcadas por estos dos tipos de votos. El voto de la indignación y el hastío con el sistema. Este voto fluye sin rubor de la extrema derecha a la extrema izquierda, y remansa allí donde dicen defender su forma de entender la vida que está amenazada por los “otros” (inmigrantes, fondos de inversión, nacionalistas…). Y el voto de castigo, que ha ido cambiando su preferencia en función del mayor daño que puedan causar en otra alternativa que ha cuestionado su marco. Aunque no lo creamos, todos estos votos responden a marcos profundos, a formas de ver la vida y el mundo que explican ese voto cambiante. La razón: que la opción elegida satisfacía las expectativas de su marco, que lo defiende y lo pone en valor.
El voto es cada vez más emocional, no porque nunca lo haya sido, sino porque se han perturbado los marcos profundos de la gente. Durante la segunda mitad del Siglo XX el voto era particularmente ideológico y absorbido por los grandes partidos de masas tradicionales agrupados de un lado por la socialdemocracia y de otro por el conservadurismo liberal. Esto probablemente era posible porque ninguno de ellos cuestionaba los marcos profundos de la mayoría de las personas. Sus propuestas políticas podían afectar a cuestiones más prácticas (más o menos impuestos, mejor o peor sanidad, mejor o peor educación). Pero ninguna de las políticas cuestionaba moralmente sus marcos profundos. No cuestionaban su concepción de la familia, del trabajo, de las relaciones sociales o afectivas, de sus creencias religiosas, de su forma de vida. Porque, aunque no queramos, y en eso coinciden sociólogos y antropólogos, las comunidades humanas, hasta las menos evolucionadas, comparten marcos básicos respecto de qué constituye el grupo mínimo de subsistencia, de las reglas básicas que nos permiten interactuar y cooperar… de cómo entender y relacionarnos con el mundo.
¿Qué ha sacudido la política en el Siglo XXI? Pues que se han cuestionado moralmente esos marcos profundos. Me explico. Dicen los que saben de esto que los grandes partidos de masas clásicos han dejado de tener un relato político respetuosos con los marcos conceptuales y morales mayoritarios, que los han cuestionado para atraer el voto que se corresponde con marcos alternativos. Ese nuevo relato político no se ha limitado al justo reconocimiento y protección de otros marcos alternativos al mayoritario, sino que lo ha hecho cuestionando en buena medida este último. Y la gente que lo comparte se ha sentido atacada, desprotegida y cuestionada. Por eso buena parte del voto perteneciente al marco mayoritario ha desertado de los partidos tradicionales y han buscado refugio en los extremos que se han erigido en abanderados y defensores justamente de su forma de vida. Si cuestionas moralmente el modelo tradicional de familia, no consigues el legítimo y debido respeto a formas alternativas de convivencia, sino que el votante normal y corriente se sienta cuestionado y adopte discursos políticos extremos que justamente le dicen que van a defender su mundo. Y si no que se lo digan a Vox.

(Publicado en El Comercio el 9 de junio de 2019)

lunes, 20 de mayo de 2019

EL VIAJAR Y EL COCINAR SE VA A ACABAR


Pues no, no voy a escribir sobre las elecciones. Tampoco sobre política. Es que uno está ya un poco saturado, ¿y para qué seguir sumando más y más opiniones sobre lo que va a pasar, lo que debiera pasar o lo que deseamos que pase? No, hoy voy a hablar de viajes y de cocinas. Porque verán, ¡qué harto me tiene a mí esto del viajar y del cocinar!
Yo bien que lo siento. Sé que mi atractivo (si es que lo tuve alguna vez) se va a ir al garete porque ¡no me gusta cocinar! Una pena. Pero es que cocinar me parece un gran coñazo, me estresa y me aburre. Yo soy más de comer lo que cocinan otros. Eso sí, recogiendo y fregando cacharros soy un crack. Imbatible. Ahora, cocinar… me da una gran pereza esto de cacharrear y enredar en la cocina. No tengo un plato especial que borde (no, no hago paellas míticas los domingos). No me atrae nada de nada el fogón. Yo cocino por pura necesidad. Porque no queda otra. O cocino o muero de una sobredosis de colesterol. Lo del cocinar no va conmigo y además lo encuentro sobrevalorado. Disfruto viendo algunos programas de Canal Cocina. En su momento me resultó entretenido Máster Chef (menos el de niños, que siempre me pareció algo digno de fiscalía de menores por explotación y maltrato infantil). Pero ahora estoy de la cocina y de los cocinillas hasta la cabeza. Resulta que para ser sexy hay que saber cocinar. Pues yo lo tengo chungo, pero que muy chungo. Miren, a casi ningún hombre en el fondo le gusta cocinar (como, por otra parte, tampoco a la inmensa mayoría de las mujeres). Lo que pasa es que lo disimulamos porque está de moda y no eres nadie ni tienes conversación si no sabes hacer unas alcachofas glacé, o una mousse de centolla parda, o sushi. Hemos pasado de la vinomanía, donde todo el mundo era sumiller, a que ahora, o eres adicto a Arzak y tienes la temporada completa de Jamie Oliver en Italia, o eres superfluo. Es un rollo. No obstante, en este mundo líquido, el mandil ha trascendido las cocinas e importa más lo que opine de economía, cultura o política cualquiera de los Roca, que un premio Nobel. Cocinero a tus cocinas. Creo sinceramente que se equivocan apostando tan fuerte por esta sobredosis de cocinillas porque todo este circo terminará por banalizar la buena mesa.
Viajar esta sobrevalorado. Se ha convertido en un gran coñazo. Antes lo del viaje tenía glamour. Te cultivaba. Ahora te estresa y cabrea. Los aeropuertos tenían un no sé qué. Lo de viajar en avión, incluso en turista (a mí siempre me gustó más el eufemismo de “economy class”, era como que lo hacías por ahorrar y no porque no tuvieras un por qué), le daba a uno una pátina de mundanidad y sofisticación. Ahora es un calvario. Horarios imposibles. Aviones infernales. Aeropuertos atestados. Uno ya no cabe en el asiento, y eso que se es de talla apañada. La gente no sabe comportarse en los viajes. Vociferan, comen a dos carrillos, te hacen soportar a sus niños consentidos, escuchas sus series favoritas, te empujan… Y para otro día dejaremos la feroz lucha por el espacio para llevar la maleta de cabina. Eso es terrible. Antes los escenarios del viaje eran un entorno de civilidad, de cortesía, de una cierta elegancia. Hoy sacan lo peor de nosotros. La obsesión por colas absurdas cuando a nadie le van a quitar el sitio, la mala educación y la grosería. La cosa termina por rematarse cuando llegas a tu destino. Todo está infestado de turistas y viajeros de saldo. ¡Y qué me dicen de la moda de viajar en ropa deportiva y, en particular, con malla de correr! Hubo un tiempo en el que todos íbamos disfrazados de Quechua. Parecía que íbamos o veníamos de explorar la Amazonia, cuando resulta que habías estado en Roma o Nueva York. Pero ahora la cosa ha ido a peor: la mallas, esas terribles mallas lo invaden todo. ¿Es que nadie se mira al espejo? A duras penas puedo entender que se usen para un viaje transoceánico. Pero no puedo con el “mallismo” sin fronteras. Puedes estar en el Vaticano, que la gente, sin pudor ninguno, va enfundada en mallas. ¡Hombre, Miguel Angel y la Capilla Sextina… se merecen un respeto!  

 (Publicado en El Comercio, 19 de mayo de 2019)

lunes, 6 de mayo de 2019

PAISAJE ELECTORAL


Pues parece que lo de que resiste es ya categoría. Pedro Sánchez ha hecho honor al título de su libro y, en efecto, ha resistido, y además muy bien, el envite electoral del pasado domingo. El panorama no era especialmente bueno. Veníamos de unas elecciones en Andalucía que habían dejado muy mal sabor de boca en la izquierda y un cierto rezume amargo a la derecha. El PSOE había ganado las elecciones, pero con una sustancial pérdida de votos y escaños en uno de sus feudos históricos.  “Las derechas”, PP y Ciudadanos (Cs), a pesar de no tener malos resultados, necesitaban para desalojar a los socialistas del gobierno a un socio molesto, Vox. No les salió muy mal la jugada. PP y Cs pactaron con un anfitrión, Vox, sin perder demasiado pelo en esa gatera. Aunque ahora parece que Vox les ha salido respondón y en esa gatera se empieza a oler el miedo. El riesgo de contagio en las elecciones autonómicas y locales del mayo siguiente (también en las europeas, aunque aquí el voto siempre ha sido muy extravagante) era grande. Sánchez tuvo un golpe de genialidad política con el adelanto electoral de las generales. No cabe duda de que está demostrando un gran sentido de la oportunidad. Atajó el contagio, evitó el “superdomingo” de mayo, y encima ganó incontestablemente unas elecciones en las que sólo Tezanos le daba la victoria (el CIS suele acertar bastante, sea todo dicho). Me quito el sombrero.

Las claves de esa victoria son tres: la participación, la fragmentación y la torpeza tacticista. La participación ha sido de nota. La segunda más alta de los últimos 40 años. Y esa alta participación ha vuelto hacer buena la tesis de que la izquierda no ideológica en España es abstencionista. Se queda en casa si el PSOE no hace las cosas bien o no ven un riesgo real de bunkerización política. Esta vez no se quedó en casa porque Vox se encargó de movilizar a ese lectorado que en algún momento tuvo la veleidad de irse a Podemos o de coquetear con Cs. Estos y los otros han regresado a su casa madre y han arrimado el hombro para frenar a una hiperderecha tramontana y anabolizada. La consecuencia es que Podemos se ha quedado con lo que probablemente sea su suelo electoral y que no es otro que el espacio que antes ocupó el PCE y no fue capaz de conservar IU. La derecha fragmentada y fluida. Cs es verdad que acusó menos la deserción porque se alimentó de otra, la que venía de un PP desarbolada y neurasténico. Pero ni Rivera ni Casado acertaron con el mensaje y el tono. El exceso de tacticismo pasó factura. Una cosa es que las elecciones cada día sean más emocionales, y otra confundir las emociones como la indignación, con el soliloquio descalificador del adversario. España importa, pero Cataluña ya no da réditos políticos, y el mantra del constitucionalismo españolista sólo ha alimentado a Vox y ha espoleado a la izquierda abstencionista. PP ha tocado su suelo, y Cs quizá su techo. Y los dos le han hecho la campaña a la hiperderecha anabolizada de Abascal (que es otro soufflé, y si no al tiempo).

El PSOE está fuerte y tratará de gobernar como lo hizo hasta ahora: a golpe de Decreto Ley y viernes sociales, con pactos de legislatura puntuales y frágiles. PP y Cs deberán recomponer su figura y volver a un lenguaje político sosegado (como ahora trata de hacer, aunque tarde, Casado), transmitiendo que España se construye con acuerdos y haciendo frente a la política hiperbólica. Quizá debamos mirarnos en Suecia. Los ciudadanos, mientras, viviendo de susto en susto. 

 (Publicado en El Comerci el 5 de mayo de 2019)

lunes, 22 de abril de 2019

DEBATES ELECTORALES Y LIBERTAD DE INFORMACIÓN



Siempre me ha llamado la atención el paternalismo con el que en ocasiones el legislador y las Administraciones electorales nos tratan a los votantes. Instituciones como la “jornada de reflexión”, las muy restrictivas reglas sobre sondeos electorales, o la preocupación constante por evitar las “manipulaciones” ha preñado la jurisprudencia y las decisiones de las juntas electorales de decisiones que a mi me resultan chocantes. La última es la aplicación de la Instrucción 1/2015 (que modifica otra anterior de 2011) de la Junta Electoral Central al debate que Atresmedia pretendía emitir en los próximos días con la participación del PSOE, PP, Cs y Vox.

Les pongo en antecedentes. El artículo 66 de la Ley electoral, que fue modificado en 2011, trata de garantizar el “pluralismo político y social… la igualdad, la proporcionalidad y la neutralidad” en la actuación de los medios de comunicación públicos y privados en los períodos electorales, y especialmente en los debates que organicen entre las fuerzas políticas en liza. Es curioso que la ley remita a una decisión administrativa lo que la Constitución reserva al legislador, regular el ejercicio de los derechos fundamentales, en este caso, de la libertad de información y del derecho a recibirla. Volviendo al hilo del relato, la Junta Electoral Central emitió efectivamente una instrucción en el año 2011 sobre este punto que fue objeto de modificación en 2015 con ocasión de una queja de Podemos al quedar excluido de los debates televisados de aquel periodo electoral. Podemos consiguió entrar en ellos, pero UPyD, por ejemplo, se quedó fuera. Y normalmente siempre han quedado fuera los partidos nacionalistas, de manera que los debates suelen circunscribirse a los dos grandes partidos nacionales, PSOE y PP, y la incorporación de algún otro notoriamente emergente, como lo fue Podemos en su momento, y con posterioridad Cs. La Junta Electoral ha aplicado de nuevo su instrucción de 2015 con ocasión de la queja de PNV, Junts per Catalunya y Coalición Canaria respecto de la inclusión en el debate programado pos Atresmedia para estos días de Vox. El punto central del asunto es que en esos debates debe darse voz a los partidos o movimientos políticos en proporción a sus resultados en las últimas elecciones, y podrán incluir también a los que no concurrieron a ellas o no obtuvieron representación siempre que puedan considerarse “grupo político significativo”. Y se consideran “significativos” los grupos que hayan obtenido al menos un 5% de los votos válidamente emitidos en otros procesos electorales que hayan tenido lugar en el ámbito territorial del medio de comunicación. Por tanto, como el debate se iba a difundir por una cadena de televisión nacional y relativa a las elecciones generales a las que Vox había concurrido en ocasiones anteriores, pero obteniendo un porcentaje muy inferior a ese 5%, no puede participar en él ya que eso vulneraría los principios de proporcionalidad y neutralidad.

No tengo nada claro que esta regla sea conforme con la protección constitucional de la libertad de información y el derecho a recibirla. No niego que haya que racionalizar de algún modo los debates electorales y evitar en la medida posible que quién más poder y recursos tenga sea al único que se oiga. La escasez del medio y su uso torticero puede justificar que, tomada la decisión, el debate no se organice de cualquier manera y que en él tengan cabida las principales voces políticas que concurren a las elecciones. Se pueden incluso fijar criterios generales, siempre por ley, desde luego, que aseguren la presencia de los grupos políticos con mayor representación. Pero no se puede hurtar a la ciudadanía y limitar su derecho a recibir información y del medio de comunicación a ofrecérsela justo en un período electoral apelando a una supuesta proporcionalidad o neutralidad que en rigor sólo es constitucionalmente exigible del sector público, pero no del privado.

(Publicado El Comercio, 21 de abril de 2019)

lunes, 25 de marzo de 2019

A vueltas otra vez con los lazos amarillos


No me cansaré de decirlo: las instituciones públicas no tienen libertad de expresión. Yo no salgo de mi estupefacción, ya no sólo con la pertinaz insistencia de Torra y demás tropa en mantener el desafío de los símbolos (era lo esperable), sino por la increíble intervención del Síndic de Greuges catalán. Este órgano autonómico cumple las mismas funciones que el Defensor del Pueblo, o las que cumplió en su momento la Procuradora del Común en Asturias: defender los derechos de los ciudadanos frente a las correspondientes Administraciones públicas. Que ésta sea su función hace más grotesca aún si cabe la intervención del Síndic en esta “querella de los lazos”. Primero, porque, aunque entre sus funciones está la de emitir informes “en relación con materias de su competencia” (dice el artículo 4. F) de su ley reguladora), no deja de resultar chocante que emita uno a petición del jefe de la Administración a la que debe controlar para que no vulnere los derechos de las personas; y además lo haga, no sobre la libertad de éstas a expresarse, sino sobre la de la propia Administración. Segundo, porque además su informe sólo puede entenderse como un capote político al President frente a la Junta Electoral Central. De no ser así, es como para suspenderle Derecho con efecto retroactivo.
Según el Sindic los espacios públicos son espacios en los que no sólo se deben expresar con libertad las personas, sino que además debe incluso garantizarse activamente por los poderes públicos esa libertad de expresión. Hasta ahí bien. Esto no deja de ser la doctrina de la Corte Suprema de los EEUU, muy extendida también en Europa, de los “foros públicos”. La idea es que hay espacios públicos, por ser accesibles a cualquiera, como parques y calles, en los que cada cual puede expresar su opinión. Incluso la Corte norteamericana (cosa que no han acogido los tribunales constitucionales europeos) ha considerado que la Constitución norteamericana protege también la “opinión” de los propios poderes púbicos. Pero, ojo, esto los dice la Corte porque la doctrina norteamericana sobre la libertad de expresión la ha extendido también al Estado (las subvenciones públicas, por ejemplo, se consideran una forma de expresión de la opinión “política” del Gobierno). No es el caso de las europeas, tampoco de la española, y por razones muy fundadas. Pero incluso admitiendo que esto pueda ser así, y que, en efecto, en los espacios públicos, lo que incluye los edificios y sedes oficiales, también tienen derechos las instituciones públicas a expresarse, la propia Corte Suprema estadounidense ha dicho que en todo caso su intervención en el foro público no debe tener el efecto de expulsar, limitar o discriminar otras opiniones. Es más, la tendencia de los últimos tiempos es a exigir a los poderes públicos que su intervención en los espacios públicos no distorsione el libre y plural debate de ideas entre los ciudadanos.
La impresión que da este informe es de ser un apaño para que Torra pueda acatar la orden de la Junta Electoral de retirar los lazos de los edificios públicos sin que parezca que se ha rendido a la voluntad de una institución “españolista”. Por eso el informe del Síndic dice que en situaciones normales no hay inconveniente en que se luzcan los lazos porque es una forma de expresión libre de una idea, pero que en situaciones excepcionales como unas elecciones conviene que se retiren porque en esos casos esas mismas instituciones públicas deben ser exquisitamente neutrales. En mi opinión, la neutralidad de las instituciones públicas en España es un mandato constitucional (lo que no ocurre en EEUU), y es exigible en cualquier circunstancia. Una institución pública no puede tomar partido porque pierde su objetividad e imparcialidad en la garantía de los intereses de todos… no de unos (incluso si son mayoría).


(publicado en El Comercio 24 de marzo de 2019)

miércoles, 13 de marzo de 2019

DECRETA,QUE ALGO QUEDA

No es que los gobiernos anteriores a los Rajoy y Sánchez se hayan quedado mancos con el recurso a la figura del Decreto Ley. Pero es indiscutible que Mariano y Pedro le han tomado cariño a esta forma de legislar. El Decreto Ley es una fórmula de creación de normas de igual rango que las Leyes de las Cortes. Las diferencias entre una y otra forma no son menores, sin embargo. La Constitución española otorga al Gobierno en su artículo 86 el poder de promulgar normas con el mismo rango que las leyes parlamentarias (es decir, con capacidad para modificar y derogar cualquier ley que las preceda) en casos de “extraordinaria y urgente necesidad”, con una vigencia limitada a 30 días y con severos límites materiales y formales. Esta figura normativa en manos del Gobierno no está pensada constitucionalmente para ser un instrumento para hacer política y dirigir el país. Está diseñada para que el Gobierno pueda reaccionar con prontitud ante circunstancias imprevistas e imprevisibles que necesitan de una respuesta inmediata con el más alto rango normativo posible. Piensen en una catástrofe natural. Por eso tiene una vigencia limitada en el tiempo. Y para que esa vigencia se prolongue es necesario que el Congreso lo convalide antes de esos 30 días; es decir, que el parlamento exprese su confianza en esa decisión gubernamental respaldándola dotándola de vigencia indefinida. Es más, se puede tramitar ese Decreto Ley como si fuera una Ley, por tanto, ser discutido y hasta modificado su contenido, hasta la promulgación, esta vez sí, de una ley de las Cortes Generales con un contenido similar al del Decreto Ley.
 Este complejo y delicado ensamblaje institucional ofrece al Gobierno un instrumento eficaz de reacción frente a lo incierto, pero sin mermar el poder del legislador parlamentario, que es el que decidirá si el Decreto Ley se muere o no a los 30 días de su publicación. Esta relación de confianza entre ambos Poderes, pues la legislación gubernamental de urgencia sólo perdurará si el parlamento le otorga su confianza convalidándolo o convirtiéndole en Ley, podría permitir una interpretación relativamente menos estricta de lo que pueda considerarse una “extraordinaria y urgente necesidad”, y extenderlo a situaciones que no son tan imprevistas ni imprevisibles, y a medidas que no se limitan a tajar lo incierto y urgente, sino que podrían tener vocación de permanencia indefinida en el ordenamiento jurídico (la reforma del régimen laboral, o del régimen presupuestario y financiero de las Administraciones Públicas, o la reducción de las nóminas de los empleados públicos, etc.). Probablemente estas sean las razones que en el fondo (muy en el fondo) explican la condescendencia del Tribunal Constitucional (TC) para con el Gobierno y su uso inmoderado de esa legislación de urgencia.
¿Pero qué pasa si se abusa del Decreto Ley? Lo cierto es que nada, porque al final la mediación del parlamento convalidando o convirtiendo el Decreto Ley y la demora del TC hacen inútiles los controles constitucionales sobre los límites formales y materiales de los Decretos Ley. Pero eso no impide que resulte sumamente cuestionable desde un punto de vista constitucional acudir al Decreto Ley por un Gobierno que ha convocado elecciones generales y disuelto las Cortes Generales. Por mucho que la Diputación Permanente (el órgano que representa a las Cortes durante el período electoral y que reproduce a escala su composición) pueda convalidarlos, no deja de hurtarse a los representantes de los ciudadanos el poder de debatir sobre el contenido del Decreto Ley e incluso de convertirlo en una Ley. Falta la confianza parlamentaria para hacer duradero al Decreto de Ley, de manera que se intensifica su condición de instrumento de política general en manos del Gobierno al margen de la fiducia parlamentaria, y no de legislación de urgencia. Seguramente así serán las cosas y hay que aceptar que la evolución constitucional ha llevado a esto. Pero esta idea no deja de ser simple resignación.  

(Publicado en El Comercio el 10 de marzo de 2019)

lunes, 4 de febrero de 2019

CARTA ABIERTA A CARLOS LÓPEZ OTÍN


Querido amigo, es muy difícil ser templado al ver la mezquina manera en la que los mediocres y cobardes te han emborronado. La gente no sabe qué duro y salvajemente competitivo es nuestro mundo, y en particular el vuestro, donde la cada vez mayor renuncia a ayudar a la investigación con fondos públicos nos ha abandonado en manos de la financiación privada, o de una pública gestionada con criterios “gerenciales”, que exige resultados y ya. Esta chifladura obliga cada día más a una ciencia motorizada, que debe renunciar a la debida pausa y mesura porque si te demoras perderás el tren de los recursos necesarios para seguir trabajando, especialmente en tu extremadamente competitivo campo. Imagino que tú, como yo, disculpa mi arrogancia por pensar que así es, crecimos en una universidad muy distinta a la de hoy. No sé si es mejor o peor, sólo digo que era distinta. Era una universidad más pausada, que sólo pedía que se confiara en ella, porque el camino del conocimiento siempre es lento y extraño. Una universidad de maestros y discípulos. Soy consciente de que también estaba llena de defectos. Pero era, al menos para algunos, un lugar para estudiar, pensar y empujar el conocimiento más allá del lugar en el que estaba, y formar a otros en ese largo, extenuante y muy a menudo incomprendido y denostado camino. Por eso, no me puedo imaginar el trabajo titánico que hay tras tus logros y los de tu equipo, como los de otros colegas a los que admiro, para llegar a donde habéis llegado, para haber ensanchado el conocimiento como lo habéis hecho. Nada ni nadie suele ayudar en ese camino. Alcanzar ese nivel a pesar de la burocracia y la incomprensión del entorno tiene un mérito que sobrecoge. Imagino que a ti también te fascinaba el ideal de la gran universidad (en mi caso era la alemana). En la creencia en que la ciencia, blanda o dura, se construía a base de muchas horas de trabajo, paciente y dedicado. Donde se suponía que unos y otros nos respetábamos, sin ser tan ingenuos como para creer que no hay mala gente entre nosotros. Pensábamos que nuestro trabajo y nuestra honestidad nos inmunizaba. Lo curioso es que la literatura del mundo universitario, de Nabokov a Williams, está repleta de tragedias humanas ocasionados por esos indeseables. Pero no estamos inmunes querido amigo, nos hacen daño. Y mientras el daño es sólo personal, lo soportamos, pero cuando ataca a nuestra gente y a su trabajo, nos deshace.
Te digo de verdad que sólo con leer las primeras palabras del famoso blog de marras, donde se afirma sin empacho que ya se sabe que en la península ibérica tenemos la tradición de premiar a “científicos bien conectados” que falsean datos (¡ahí va y que te preste!), se le quita a uno las ganas de todo. ¿Se puede dar crédito a alguien así? Ya ni te cuento a los torquemadas que se esconcen cobardemente tras el pseudónimo “Clare Francis” para denunciar supuestos fraudes científicos. Hombre, eso a mí me enseñaron que se hace a la cara y a la luz del día. Perdona este desahogo. Imagino que todo el mundo esperaría palabras más sosegadas. Pero me resulta muy difícil no dejarme llevar por un profundo sentimiento de desolación y tristeza. Puedo entender que suscite debate el alcance de hipotéticos errores en tus trabajos. Pero nadie ha invalidado sus resultados. Y en tu mundo de ciencia dura, a diferencia del mío, la solidez de una hipótesis siempre tiene el juez implacable de la realidad física. Ya te podrás empeñar en sostener que la manzana cae para arriba, que la manzana se empeñará en caer para abajo (perdonen los exquisitos por esta vulgar caricatura). Lo sensato y razonable hubiera sido simplemente darte la oportunidad de corregirlos. Punto. Pero parece que hay muchas ganas de morbo y de hacerte daño. Te lo hacen a ti, y nos lo hacen a todos. Y quien no lo vea o no quiera verlo, se hace cómplice de esta progresiva intoxicación que envenena cada día más nuestra vida académica y nos invita al silencio. Son malos tiempos para la honesta genialidad mi querido Carlos.

(Publicado en El Comercio el 3 de febrero de 2019)

lunes, 21 de enero de 2019

Demasiadas pérdidas (in memoriam de Juan Cueto y Tini Areces)



¡Joder, Juan, ¿cómo te has ido así?! Es que te has ido sin avisar, y nos dejas a todos en la estacada. Perdona que me enfade. Ya sé que estábamos a mitad de camino entre saludados y conocidos, como decía Josep Pla, y probablemente por eso no tengo derecho alguno a recriminarte que te hayas marchado así, a la francesa. Es verdad que hacía muchísimo tiempo que no nos veíamos. Nuestras vidas habían cambiado mucho y de la misma manera que nos acercaron en un momento (¿te acuerdas de aquellas memorables reuniones del Consejo de la Comunicación que tu presidías con tanto tino y las discusiones que manteníamos tú y yo sobre la libertad de información?), también nos alejaron; aunque yo siempre te seguía la pista. Cosas que pasan. Es difícil olvidar aquellas parrafadas que nos echábamos camino del pan en Somió, o a la puerta de tu casa, en aquella esquina donde todo lo podías ver y dónde todos debíamos aminorar el paso para doblar la esquina ciega como si de una devota reverencia se tratase. Debo ser sincero. Hablar, hablabas tú. Yo sólo me atrevía a escuchar, ¡qué iba a decir yo ante ese titán de las ideas!, abrumado por tu energía, por tu potencia intelectual, tu inteligencia y perspicacia, siempre viendo más allá. Luego llego la enfermedad, y te alejaste silencioso de todo. Dejé de ver en las ventanas de tu casa aquél pantallón de televisión que todo lo llenaba. Un día vi colgado el cartel de “se vende” a la puerta, y sigo desorientado.
Ahora me pregunto qué pensarías tú de este mundo frenético y caótico que nos toca vivir. Un mundo donde hemos vuelto a las andadas, en donde es preferible el silencio, en donde al otro se le denigra y machaca, donde la tele es basura y nada hace ya pop porque todo se ha hecho banal. Nunca fuiste un apocalíptico, pero tampoco un integrado. Seguramente verías en todo esto una luz al final de este túnel de intolerancia, marginalidad e insignificancia. Yo creo que eras un optimista radical, no al modo de estos nuevos optimistas tan de moda que parecen más bien unos ingenuos inconsistentes que tienden a confundir la estadística de los grandes números con la vida real. No, tú eras un optimista porque creías en la capacidad inagotable del ser humana de crear. Aunque quizá, con los años y los achaques, te habrías vuelto algo más escéptico. Juan, yo era un chaval pedante y redicho que leía Cuadernos del Norte, aunque no entendía nada, y tomaba cerveza en el “Sed de Mal”, que también frecuentabas. Y te escuchaba a lo lejos admirado y boquiabierto. Era difícil no oírte (otra cosa es que te escucharan), porque tu voz se elevaba y era como un torrente inacabable de ideas, visiones, análisis y, entre col y col, un chascarrillo. Así te recuerdo, inabarcable, inagotable, infinito.
Como así recuerdo a Tini. Un gigante de la política. Les gustará más o menos, pero Tini cambió Gijón y para bien. Recuerdo aquella noche que regresaba yo de una larga estancia en Alemania. Eras los años noventa. Yo me había ido de una ciudad de plomo, gris, triste, donde se abandonaban los barcos mercantes de cabotaje y el puerto olía a mugre y pis, donde tropezabas con los raíles de un tranvía del que nadie tenía ya memoria y se sorteabas las barricadas de las manifestaciones obreras. Ahora volvía y todo estaba patas arriba, era el caos de la transformación. Gijón estaba mutando para convertirse en una ciudad capaz de presumir de su fealdad, de tener vida cultural, de ser moderna. Tini y su gente hicieron todo aquello. Algo le traté en estos años, y me asombraba su energía personal y política. A mí me agotaba sólo de verle por Begoña a toda prisa a despachar en su otra oficina, como decía él: el café Dindurra. Por eso más asombro me produce saber que ya no me dirás ese “Villaverde” lleno de mando y poderío. Estoy triste, se están yendo los buenos, y sólo nos quedamos los irrelevantes.


(Publicado en El Comercio, 20 de enero de 2019)