lunes, 20 de mayo de 2019

EL VIAJAR Y EL COCINAR SE VA A ACABAR


Pues no, no voy a escribir sobre las elecciones. Tampoco sobre política. Es que uno está ya un poco saturado, ¿y para qué seguir sumando más y más opiniones sobre lo que va a pasar, lo que debiera pasar o lo que deseamos que pase? No, hoy voy a hablar de viajes y de cocinas. Porque verán, ¡qué harto me tiene a mí esto del viajar y del cocinar!
Yo bien que lo siento. Sé que mi atractivo (si es que lo tuve alguna vez) se va a ir al garete porque ¡no me gusta cocinar! Una pena. Pero es que cocinar me parece un gran coñazo, me estresa y me aburre. Yo soy más de comer lo que cocinan otros. Eso sí, recogiendo y fregando cacharros soy un crack. Imbatible. Ahora, cocinar… me da una gran pereza esto de cacharrear y enredar en la cocina. No tengo un plato especial que borde (no, no hago paellas míticas los domingos). No me atrae nada de nada el fogón. Yo cocino por pura necesidad. Porque no queda otra. O cocino o muero de una sobredosis de colesterol. Lo del cocinar no va conmigo y además lo encuentro sobrevalorado. Disfruto viendo algunos programas de Canal Cocina. En su momento me resultó entretenido Máster Chef (menos el de niños, que siempre me pareció algo digno de fiscalía de menores por explotación y maltrato infantil). Pero ahora estoy de la cocina y de los cocinillas hasta la cabeza. Resulta que para ser sexy hay que saber cocinar. Pues yo lo tengo chungo, pero que muy chungo. Miren, a casi ningún hombre en el fondo le gusta cocinar (como, por otra parte, tampoco a la inmensa mayoría de las mujeres). Lo que pasa es que lo disimulamos porque está de moda y no eres nadie ni tienes conversación si no sabes hacer unas alcachofas glacé, o una mousse de centolla parda, o sushi. Hemos pasado de la vinomanía, donde todo el mundo era sumiller, a que ahora, o eres adicto a Arzak y tienes la temporada completa de Jamie Oliver en Italia, o eres superfluo. Es un rollo. No obstante, en este mundo líquido, el mandil ha trascendido las cocinas e importa más lo que opine de economía, cultura o política cualquiera de los Roca, que un premio Nobel. Cocinero a tus cocinas. Creo sinceramente que se equivocan apostando tan fuerte por esta sobredosis de cocinillas porque todo este circo terminará por banalizar la buena mesa.
Viajar esta sobrevalorado. Se ha convertido en un gran coñazo. Antes lo del viaje tenía glamour. Te cultivaba. Ahora te estresa y cabrea. Los aeropuertos tenían un no sé qué. Lo de viajar en avión, incluso en turista (a mí siempre me gustó más el eufemismo de “economy class”, era como que lo hacías por ahorrar y no porque no tuvieras un por qué), le daba a uno una pátina de mundanidad y sofisticación. Ahora es un calvario. Horarios imposibles. Aviones infernales. Aeropuertos atestados. Uno ya no cabe en el asiento, y eso que se es de talla apañada. La gente no sabe comportarse en los viajes. Vociferan, comen a dos carrillos, te hacen soportar a sus niños consentidos, escuchas sus series favoritas, te empujan… Y para otro día dejaremos la feroz lucha por el espacio para llevar la maleta de cabina. Eso es terrible. Antes los escenarios del viaje eran un entorno de civilidad, de cortesía, de una cierta elegancia. Hoy sacan lo peor de nosotros. La obsesión por colas absurdas cuando a nadie le van a quitar el sitio, la mala educación y la grosería. La cosa termina por rematarse cuando llegas a tu destino. Todo está infestado de turistas y viajeros de saldo. ¡Y qué me dicen de la moda de viajar en ropa deportiva y, en particular, con malla de correr! Hubo un tiempo en el que todos íbamos disfrazados de Quechua. Parecía que íbamos o veníamos de explorar la Amazonia, cuando resulta que habías estado en Roma o Nueva York. Pero ahora la cosa ha ido a peor: la mallas, esas terribles mallas lo invaden todo. ¿Es que nadie se mira al espejo? A duras penas puedo entender que se usen para un viaje transoceánico. Pero no puedo con el “mallismo” sin fronteras. Puedes estar en el Vaticano, que la gente, sin pudor ninguno, va enfundada en mallas. ¡Hombre, Miguel Angel y la Capilla Sextina… se merecen un respeto!  

 (Publicado en El Comercio, 19 de mayo de 2019)

lunes, 6 de mayo de 2019

PAISAJE ELECTORAL


Pues parece que lo de que resiste es ya categoría. Pedro Sánchez ha hecho honor al título de su libro y, en efecto, ha resistido, y además muy bien, el envite electoral del pasado domingo. El panorama no era especialmente bueno. Veníamos de unas elecciones en Andalucía que habían dejado muy mal sabor de boca en la izquierda y un cierto rezume amargo a la derecha. El PSOE había ganado las elecciones, pero con una sustancial pérdida de votos y escaños en uno de sus feudos históricos.  “Las derechas”, PP y Ciudadanos (Cs), a pesar de no tener malos resultados, necesitaban para desalojar a los socialistas del gobierno a un socio molesto, Vox. No les salió muy mal la jugada. PP y Cs pactaron con un anfitrión, Vox, sin perder demasiado pelo en esa gatera. Aunque ahora parece que Vox les ha salido respondón y en esa gatera se empieza a oler el miedo. El riesgo de contagio en las elecciones autonómicas y locales del mayo siguiente (también en las europeas, aunque aquí el voto siempre ha sido muy extravagante) era grande. Sánchez tuvo un golpe de genialidad política con el adelanto electoral de las generales. No cabe duda de que está demostrando un gran sentido de la oportunidad. Atajó el contagio, evitó el “superdomingo” de mayo, y encima ganó incontestablemente unas elecciones en las que sólo Tezanos le daba la victoria (el CIS suele acertar bastante, sea todo dicho). Me quito el sombrero.

Las claves de esa victoria son tres: la participación, la fragmentación y la torpeza tacticista. La participación ha sido de nota. La segunda más alta de los últimos 40 años. Y esa alta participación ha vuelto hacer buena la tesis de que la izquierda no ideológica en España es abstencionista. Se queda en casa si el PSOE no hace las cosas bien o no ven un riesgo real de bunkerización política. Esta vez no se quedó en casa porque Vox se encargó de movilizar a ese lectorado que en algún momento tuvo la veleidad de irse a Podemos o de coquetear con Cs. Estos y los otros han regresado a su casa madre y han arrimado el hombro para frenar a una hiperderecha tramontana y anabolizada. La consecuencia es que Podemos se ha quedado con lo que probablemente sea su suelo electoral y que no es otro que el espacio que antes ocupó el PCE y no fue capaz de conservar IU. La derecha fragmentada y fluida. Cs es verdad que acusó menos la deserción porque se alimentó de otra, la que venía de un PP desarbolada y neurasténico. Pero ni Rivera ni Casado acertaron con el mensaje y el tono. El exceso de tacticismo pasó factura. Una cosa es que las elecciones cada día sean más emocionales, y otra confundir las emociones como la indignación, con el soliloquio descalificador del adversario. España importa, pero Cataluña ya no da réditos políticos, y el mantra del constitucionalismo españolista sólo ha alimentado a Vox y ha espoleado a la izquierda abstencionista. PP ha tocado su suelo, y Cs quizá su techo. Y los dos le han hecho la campaña a la hiperderecha anabolizada de Abascal (que es otro soufflé, y si no al tiempo).

El PSOE está fuerte y tratará de gobernar como lo hizo hasta ahora: a golpe de Decreto Ley y viernes sociales, con pactos de legislatura puntuales y frágiles. PP y Cs deberán recomponer su figura y volver a un lenguaje político sosegado (como ahora trata de hacer, aunque tarde, Casado), transmitiendo que España se construye con acuerdos y haciendo frente a la política hiperbólica. Quizá debamos mirarnos en Suecia. Los ciudadanos, mientras, viviendo de susto en susto. 

 (Publicado en El Comerci el 5 de mayo de 2019)