lunes, 18 de diciembre de 2017

LIBERTAD DE EXPRESIÓN, AUNQUE DUELA

Advierto de un tiempo para acá una cada vez mayor “penalización” de los casos de libertad de expresión. Me explico. Casi no hay semana en la que los medios de comunicación no se hagan eco de un caso en el que a alguien se le procesa penalmente o se le condena por sus opiniones. Ojo, no confundir esto con el discurso y queja demagógica y perversa de los independentistas catalanes cuando dicen que sus políticos presos lo están por las ideas que expresan, por sus opiniones. Hombre, pues mire, no. No están por sus ideas ni por las opiniones en las que las expresan, sino por la presunta comisión de actos tumultuarios o por haber presuntamente pasado de las palabras a los hechos formalizando en su condición de cargos institucionales (Presidente de la Generalitat, Consellers, parlamentarios…) decisiones y acuerdos manifiestamente contrarios a la integridad territorial del Estado español. Esto señores si han sido imputados en procesos penales, no lo han sido por lo que han dicho o las ideas que han defendido, sino porque parece que han actuado gravemente en contra del ordenamiento jurídico español.
Pero dicho esto, sí que me preocupa la creciente penalización de los casos, esto sí, de ejercicio de la libertad de expresión. Me llama la atención, además, el empeño de los jueces penales españoles, en particular la Audiencia Nacional, en criminalizar ciertas conductas expresivas, que pueden ser especialmente molestas, inquietantes incluso, hasta ofensivas, pero que, a mi juicio, no hay razón alguna para sancionarlas ni civil ni penalmente, so pena de infringir el artículo 20 de la Constitución española. Este precepto garantiza con un especial vigor la libertad de expresión e información en España, y la jurisprudencia del Tribunal Constitucional español, atenta y coherente con la del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, ha hecho tradicionalmente una defensa encomiable de estas libertades en la convicción que si ella y sin un mercado de las ideas robusto, libre, en el que todo pueda ser dicho y discutido, no es posible una democracia sana y robusta. Juicios penales por organizar una pitada al himno nacional o al Rey en un partido de fútbol, condenas penales por bromas de mal gusto difundidas a través de un tuit, cárcel por quemar fotos del Jefe del Estado o por injuriarlo… Hemos vuelto a los años ochenta donde la judicatura tenía poca fe en la libertad de expresión y el Tribunal Constitucional desplegaba un titánico esfuerzo en corregirles y darles criterios claros para distinguir lo que estaba protegido por el artículo 20 de la Constitución y lo que no. Ahora parece que esos cánones se han olvidado. Incluso el Tribunal Constitucional lo ha hecho, porque parece que ya no recuerda su sentencia 107/1988 en la que vino a decir que con sólo las opiniones no se ofende ni agrede penalmente a ninguna institución del Estado, ni siquiera al Rey. Ahora hemos pasado a que mofarse o atacar al Rey acarrea la cárcel sin remisión. El problema de todo esto, y hasta no hace poco lo decía el Tribunal Constitucional, y desde siempre el Europeo de Derechos Humanos, es que este tipo de comportamiento judicial conduce a un inexorable debilitamiento del debate público y la libre opinión por el efecto de desaliento que sus sentencias provocaba en un potencial ciudadano que ante el riesgo de ser encarcelado prefiere guardar silencio.

Y miren que el canon fijado por el Tribunal Constitucional en materia penal era muy claro y simple: si no hay expresiones formalmente injuriosas y además innecesarias para el mensaje que se quiere expresar…  no hay delito, sólo libertad de expresión. Aunque esa expresión duela u ofenda.

(Publicado en El Comercio el 17 de diciembre de 2017)

TWITTER Y OTROS ÍDOLOS DE BARRO


Toda época ha tenido a sus propios ídolos de barro. En la nuestra son esos veinteañeros listos y ocurrentes que tuvieron la idea feliz de convertir en negocio la necesidad humana de chismorrear. Ya saben que una de las teorías más pujantes sobre el origen del lenguaje humano (ligado a la revolución cognitiva que transformó el mono en humanoide –Yuval Noah Harari-) dicen que todo surgió de la necesidad de compartir cotilleos. Eso siempre ha existido, y lo que estos cracks fue universalizarlos. Ahora cotilleamos todos de todos y de todo. El chismorreo se ha hecho planetario, y lo ha llenado todo de un ruido ensordecedor.
Porque no es cierto que haya una infestación informativa de tal magnitud que ha banalizado la realidad y nos ha hecho inmunes a los hechos. El flujo de información es algo mayor y más plural que el que había gracias a los medios digitales. Lo que ha ocurrido es que por el mismo canal por el que antes sólo recibíamos información, y también cotilleo pero en mucha menos cantidad, fluye torrencialmente el chismorreo, y lo que es tremendo, la mera ocurrencia y la diarrea mental de mucho descerebrado. La posverdad, la infoxicación, el autismo informativo… todos esos fenómenos aparejados a la revolución tecnológica no son sino la expresión planetaria de algo que ya existía y que probablemente siempre ha sido así: la babayada global. Creo que tendemos a proyectar una imagen idealizada del ser humano pre-tecnológico como si sólo leyese el Times, se informase en la BBC y sólo ocasionalmente se rindiese a la frivolidad del chismorreo. Lo cierto es que no es así. Siempre hemos tenido una querencia por la babayada, sólo que ahora la propagamos planetariamente.
Lo que ha ocurrido con fenómenos como Facebook y Twitter es que todo el mundo se ha convertido en una fuente de información sobre la realidad, una realidad que ya no es la inmediata y circundante, puede ser la más remota posible; y que lo que antes se quedaba en la barra del chigre ahora circula en tiempo real por todo el universo y además se lo escupimos directamente a la fuente o al protagonista del evento. Encima, súmenle la perversa y equívoca sensación de anonimato que nos da enviar un twitt, un comentario o lo que sea en la soledad de la noche y con la pantalla de nuestro móvil como testigo. Sólo que tras esa pantalla hay millones de seres humanos ávidos de consumir chismes y sandeces. Pienso que quizá la única forma de que esta marea de vulgaridad y descabezamiento remita no es limitando o castigando severamente al ocurrente de turno, sino que cada cual se acostumbre a no exponerse tanto al mundo. A lo mejor hay que dejar de hacer tanto exhibicionismo y contenerse un poco en nuestra necesidad de compartir siempre y a todas horas nuestras opiniones y pensamientos.

Dicho esto, sigo sin saber muy bien qué mérito tienen esos veinteañeros que lo único que han aportado a la humanidad es la era del chisme planetario, con lo que, además, se han hecho multimillonarios (y alguno ha sido incapaz incluso de concluir sus estudios universitarios… pero, ¿para qué? Total, le caen los doctorados honoris causa por doquier). Esos son nuestros ídolos de barro 2.0, la gran broma de una hermandad universitaria convertida en la religión del siglo XXI.

(Publicado en El Comercio el 2 de diciembre de 2017)

UN ESCENARIO POSIBLE Y UNA REFORMA IMPROBABLE

Tras las elecciones del 21 de diciembre la partida queda en tablas. Separatistas y constitucionalistas empatan técnicamente; aunque finalmente el Gobierno que se forme será similar al destituido, y estará sostenido por el independentismo. ¿Sería posible una vuelta a atrás y un reinicio del proceso de desconexión? Se me antoja que la formación de ese gobierno iba a ser una tarea titánica, porque no veo a la CUP, y aledaños, apoyando a quienes a día de hoy consideran unos flojos, cuando no unos simples traidores. Es más, el PDCat se ha inclinado por un candidato tibio y más proclive a volver a la casilla de salida de 2008 , momento en el que se intentó un fallido acuerdo económico fiscal con el Gobierno de España. Sospecho que la víctima propiciatoria del proceso será este estertor de CiU que seguramente cosechará un resultado electoral casi testimonial. Esquerra ha amortizado por el momento a Junqueras, y coloca en su lugar una lideresa del proyecto independentista que da la impresión de sentirse más cómoda con la CUP y sus adláteres que con los descafeinados demócrata-catalanes. Del otro lado no hay más que la eterna oposición. El voto en Cataluña es pertinaz, y el paisaje parlamentario poco o nada va a cambiar. Si esto es así, y en la hipótesis de que Esquerra se haga con la Generalitat, cosa nada improbable, ¿el desgaste en la negociación para la formación del gobierno catalán será de tanta magnitud que no les dejará fuerzas para intentar la independencia de nuevo? ¿Habrán aprendido de este ensayo general fallido que el camino a la república independiente de su casa debe ser otro? No me extrañaría que se reivindicase una suerte de acuerdo con el Gobierno de España que de facto transforme Cataluña en una “nación libre asociada” al Estado español. ¿Acaso no lo es ya materialmente el País Vasco? ¿Por qué negarse a esta solución si puede ser un buen acuerdo para la convivencia y el respeto mutuo?
El problema aquí es la respuesta del Gobierno ante este posible escenario. Mantener el 155 si el resultado electoral no agrada no parece la opción política más adecuada. Esto no haría sino enquistar el conflicto aún más si cabe, sin ninguna garantía de mejora o reconducción. Llegar a un acuerdo es la única opción, sea económico (adoptar un modelo de concierto a la vasca) o político (una nación libre asociada). Pero uno u otro, si se quieren hacer bien, pasan por una reforma constitucional, y además de las agravadas, de esas que exigen mayorías y acuerdos muy duros, celebrar nuevas elecciones generales y referéndum aprobatorio de la reforma. El PP ya ha desautorizado al Presidente del Gobierno cuando recién estrenada la Comisión parlamentaria de estudio de la reforma ha sugerido que igual no están por la labor. Quizá no hayan caído en la cuenta de que la reforma constitucional puede ser la excusa perfecta para entretenernos durante lo que queda de legislatura, eximiendo al Gobierno y al Parlamento de otras tareas; para adelantar elecciones generales si eso conviene y sin necesidad de admitir que las ha forzado el mal resultado electoral en Cataluña; y para apaciguar el dragón catalán, pendiente de lo que resulte del pacto reformador. Ya ven que me he dejado llevar por el más puro tacticismo, porque si no les diría que al constitucionalismo le irá mal en las elecciones catalanas, y eso será un fracaso difícil de digerir para el Gobierno, que tendrá la tentación de perpetuar el 155 agravando en el tiempo el problema, yendo final e inexorablemente a un adelanto de elecciones porque no habrá manera de sacar adelante un presupuesto, sin la excusa de que así lo ordena la Constitución si el parlamento actual vota a favor de la reforma (la reforma, no se olvide, la hace el parlamento que resulte de esas elecciones). Pero para pensar todo esto hay que abandonar el cortoplacismo, y ese es un tema que no estaba en el temario de las oposiciones.

(Publicado en El Comercio, el 19 de noviembre de 2017)