lunes, 21 de enero de 2019

Demasiadas pérdidas (in memoriam de Juan Cueto y Tini Areces)



¡Joder, Juan, ¿cómo te has ido así?! Es que te has ido sin avisar, y nos dejas a todos en la estacada. Perdona que me enfade. Ya sé que estábamos a mitad de camino entre saludados y conocidos, como decía Josep Pla, y probablemente por eso no tengo derecho alguno a recriminarte que te hayas marchado así, a la francesa. Es verdad que hacía muchísimo tiempo que no nos veíamos. Nuestras vidas habían cambiado mucho y de la misma manera que nos acercaron en un momento (¿te acuerdas de aquellas memorables reuniones del Consejo de la Comunicación que tu presidías con tanto tino y las discusiones que manteníamos tú y yo sobre la libertad de información?), también nos alejaron; aunque yo siempre te seguía la pista. Cosas que pasan. Es difícil olvidar aquellas parrafadas que nos echábamos camino del pan en Somió, o a la puerta de tu casa, en aquella esquina donde todo lo podías ver y dónde todos debíamos aminorar el paso para doblar la esquina ciega como si de una devota reverencia se tratase. Debo ser sincero. Hablar, hablabas tú. Yo sólo me atrevía a escuchar, ¡qué iba a decir yo ante ese titán de las ideas!, abrumado por tu energía, por tu potencia intelectual, tu inteligencia y perspicacia, siempre viendo más allá. Luego llego la enfermedad, y te alejaste silencioso de todo. Dejé de ver en las ventanas de tu casa aquél pantallón de televisión que todo lo llenaba. Un día vi colgado el cartel de “se vende” a la puerta, y sigo desorientado.
Ahora me pregunto qué pensarías tú de este mundo frenético y caótico que nos toca vivir. Un mundo donde hemos vuelto a las andadas, en donde es preferible el silencio, en donde al otro se le denigra y machaca, donde la tele es basura y nada hace ya pop porque todo se ha hecho banal. Nunca fuiste un apocalíptico, pero tampoco un integrado. Seguramente verías en todo esto una luz al final de este túnel de intolerancia, marginalidad e insignificancia. Yo creo que eras un optimista radical, no al modo de estos nuevos optimistas tan de moda que parecen más bien unos ingenuos inconsistentes que tienden a confundir la estadística de los grandes números con la vida real. No, tú eras un optimista porque creías en la capacidad inagotable del ser humana de crear. Aunque quizá, con los años y los achaques, te habrías vuelto algo más escéptico. Juan, yo era un chaval pedante y redicho que leía Cuadernos del Norte, aunque no entendía nada, y tomaba cerveza en el “Sed de Mal”, que también frecuentabas. Y te escuchaba a lo lejos admirado y boquiabierto. Era difícil no oírte (otra cosa es que te escucharan), porque tu voz se elevaba y era como un torrente inacabable de ideas, visiones, análisis y, entre col y col, un chascarrillo. Así te recuerdo, inabarcable, inagotable, infinito.
Como así recuerdo a Tini. Un gigante de la política. Les gustará más o menos, pero Tini cambió Gijón y para bien. Recuerdo aquella noche que regresaba yo de una larga estancia en Alemania. Eras los años noventa. Yo me había ido de una ciudad de plomo, gris, triste, donde se abandonaban los barcos mercantes de cabotaje y el puerto olía a mugre y pis, donde tropezabas con los raíles de un tranvía del que nadie tenía ya memoria y se sorteabas las barricadas de las manifestaciones obreras. Ahora volvía y todo estaba patas arriba, era el caos de la transformación. Gijón estaba mutando para convertirse en una ciudad capaz de presumir de su fealdad, de tener vida cultural, de ser moderna. Tini y su gente hicieron todo aquello. Algo le traté en estos años, y me asombraba su energía personal y política. A mí me agotaba sólo de verle por Begoña a toda prisa a despachar en su otra oficina, como decía él: el café Dindurra. Por eso más asombro me produce saber que ya no me dirás ese “Villaverde” lleno de mando y poderío. Estoy triste, se están yendo los buenos, y sólo nos quedamos los irrelevantes.


(Publicado en El Comercio, 20 de enero de 2019)