martes, 25 de julio de 2017

ESTO VA PERO QUE MUY MAL

Hoy tengo un día gris. Como los de esta triste Asturias, adormecida en su gris perenne. Es tan gris mi ánimo que me pregunto cuándo coño estropeamos esto, si es que “esto” alguna vez no estuvo estropeado. Cuándo carajo hemos jodido a este país, y por extensión, tal como están las cosas, a Europa. Buena pregunta para un buen estudio politológico cultural. Sí, lo confieso, me he rendido a Spengler y su “Decandecia de Occidente” y a la tesis de Barzun (“Del amanecer a la decadencia”) según la cual esto empezó a torcerse cuando aceptamos que pulpo puede ser una animal de compañía. Sí, tengo que declararme culpable de ser un pesimista cultural, como diría Arthur Herman (“La idea de decadencia en la historia occidental”). Sí, me siento heredero de Nietzsche o de Schopenhauer, esos dos grandes pesimistas. Lo demás es todo postureo para idiotas. Cómo no voy a ser pesimista en un país donde se cuestiona y vitupera a un tío que ha creado un emporio empresarial que le da de comer a su pueblo y encima dona una millonada para luchar contra el cáncer. Con cosas así me entran ganas de hacerme de derechas. Cómo no voy a ser pesimista, si los futuros universitarios no muestran ningún interés por escuchar a los grandes del pensamiento si lo que van a decir no cabe en un twitter. Cómo no voy a ser pesimista si el periodismo de verdad ha sido sustituido por el “periodismo de datos” (Y eso ¿qué es?). Si veneramos a un tipo que no ha sido capaz de acabar una carrera y cuyo mérito es haber creado Facebook… que ya me dirán qué mérito es ese. Yo crecí en un mundo donde se veneraba a Einstein, a Severo Ochoa o a Thomas Mann… Gente que ha creado obras imperecederas y que ha hecho este mundo un sitio digno de ser vivido. El otro simplemente ha hecho negocio de la animal inclinación humana al cotilleo. ¿Se han parado ustedes a pensar qué sucedería si mañana desapareciese Facebook? Nada. ¿Pero si nos quedásemos sin penicilina? Pues está todo dicho.

Ya ven el día que tengo. Pero es que no acabo de entender por qué Belén Esteban es un icono, o por qué las aulas universitarias no se abarrotan para escuchar a los grandes pensadores, pero sí para escuchar a un jugador de fútbol o a un cocinillas que no son capaces de formar una frase en correcto castellano y que nada han aportado al progreso y a la felicidad humana. Y siempre habrá un roussouniano bien pensante que dirá que de todos se puede aprender y que todos tienen algo interesante que decir. ¿En serio? ¿Ronaldo tiene algo interesante que decir? ¿Belén Esteban tiene algo interesante que decir? ¡Pero si ni Steve Jobs tenía nada interesante que decir, salvo vendernos sus inacabables gadgets! Para mi un ejemplo claro del signo de estos tiempos superficiales y de puro postureo son las famosas charlas Tedx. ¡Vaya una colección de chorradas! Igual soy un poco extremo en mis opiniones (ya les advertí de que tenía el día torcido). Pero lo que está acabando con nosotros es esta absoluta falta de espíritu crítico. Las cosas ya no se llaman por su nombre, porque nos tapa la boca el eterno “bien queda” que confunde el respeto o la educación con la hipocresía y la falsedad. Lo que ha hecho grande a Europa ha sido su invención del juicio crítico. Porque eso lleva derecho a la mayor de las exigencias y a colocar las cosas en su justo sitio. Porque el problema no está en que alguien como Belén Esteban mueva a las masas; el problema está en que alguien justifique la bondad de ese hecho en aras de un mal entendido respeto al otro o, lo que es el colmo, porque cree que un personaje así es capaz de aportar algo al bienestar de la humanidad y del planeta. Toda persona y sus opiniones son respetables, faltaría más. Esa es otra esencia civilizatoria de lo europeo. Pero no puede confundirse el respeto con la aceptación acrítica de lo que otro diga o piense. No puede acallarse al crítico con la mordaza del supuesto “respeto a la opinión del otro” o con otro lugar común que me pone enfermo, “la crítica constructiva” (¿qué coño es una crítica “constructiva”?). Sin juicio crítico y exigente, todo es “Sálvame Deluxe”.
(PUBLICADO EN EL COMERCIO EL 9 DE JULIO DE 2017)

SOMOS MEMORIA

Carlos, sé que te vas a reír con la rádula de hoy. Ya sabes como soy.
Hay momentos en los que no puedo evitar ponerme petulantemente trascendente. Me puede la sensación de que todo esto tiene muy poco sentido. Me admiran esas gentes que parecen tener una vida pletórica, o al menos tan ocupada que no tienen ni el más mínimo riesgo de preguntarse qué carajo hace uno en este negocio del vivir. Envidio a quienes su fe en una vida mejor más allá de lo corpóreo da cuenta y razón de este “pedreru” que es la vida terrenal. Para ellos, esta vida es un mero tránsito, que debe ser penoso y trágico, porque así uno se gana el más allá. El primer existencialismo fue cristiano y monoteísta. Envidio a los que llenan su vida de un afán. Salvar vidas y “ayudar a otros”. Reconozco que soy un holgazán de la solidaridad. Admiro, no saben ustedes cuánto, a estas personas que tienen, como se decía antes, vocación de servicio y dedican su vida a otros. Soy un egoísta; yo me autoinculpo. Envidio a quienes logran no pensar en nada de esto y su máxima preocupación es su equipo de fútbol. Debe ser la repara levantarte por las mañanas y que tu cabeza no esté en las preocupaciones y desazones propios de la existencia, sino en la crítica feroz al entrenador, al delantero, al árbitro…  Porque si hay algo que relaja mucho es tener un enemigo a quien batir. Si hay algo que da sentido a la vida es tener a alguien a quien criticar. Es la poética de “Sálvame”, una nueva religión posmoderna cuyo credo es el más poderoso de todos los tiempos: el cotilleo feroz. Yo no tengo ni fe, ni espíritu de servicio ni equipo en el que creer. Soy una calamidad existencial.
Yo sobrevivo con el sentimiento creciente día a día de que todo consiste en ir salvando obstáculos; con una agria sensación de que, desde que uno se levanta, esto consiste en ir cumpliendo hitos y sorteando los sustos. Porque al final todo es azar. La vida es sólo azar, una especie de suma de casualidades e imprevistos que vamos librando minuto a minuto. Y así un día tras otro. Y llega el final de la jornada y uno suspira aliviado porque ha pasado otro día sin una nueva angustia. Porque las que se hacen viejas y crónicas dejan de serlo; son el ruido de fondo de la supervivencia.

Al final, me pregunto qué va a quedar de nosotros. Somos memoria, perduramos en la memoria de otros. Por eso tenemos pareja, hijos y amigos, porque necesitamos que alguien nos recuerde después de nuestra muerte. A veces pienso en todos esos seres de los que ya nadie se acuerda. ¿Qué sentido ha tenido su vida? La verdad es que vivir si fe, sin una ONG o unos colores es bastante rollo. Te echaré de menos Carlos, tu gesto siempre elegante, tu palabra cauta y sabia, y esa sonrisa franca. Te conservaremos en nuestra memoria para que sigas viviendo en ella. Sé que estas elucubraciones mías te hacían gracia, tú estabas en otro nivel existencial y muy por encima de éstas mis poéticas ordinarias de lo cotidiano. Hace tanto que no te doy un abrazo, y ahora ya no lo podré hacer. Me duelen estas ausencias. Pero siempre tendremos a nuestro Gijón y su mierda de verano.
(publicado en el comercio el 23 de julio de 2017)