lunes, 12 de marzo de 2018

DIGNIDAD Y RESPETO


Decía Fernando de los Ríos que los realmente revolucionario en España es el respeto. Pasado el tiempo creo que así es. Algo nos pasa en este país porque llevamos muy mal eso de respetar al otro. Somos más de descalificar, desacreditar, despreciar y hasta ningunear. Es normal que así sea en un país con una profunda vocación anarquista. Ya lo había observado Pritchett, somos una nación de anarquistas. Tenemos una renuencia genética a seguir las normas, incluso las que nos imponemos nosotros mismos. Aquí lo propio lo resumen estos dichos tan patrios y que dejan atónitos a los extranjeros; aquello de “quien hace la ley, hace la trampa”, y, ya para coronarse, “la ley se obedece, pero no se cumple”. Somos así, no hay remedio. Incapaces en lo más hondo para entender que una sociedad es civilizada porque tiene normas y además se cumplen. Ya oigo las voces de aquellos que objetarán con qué ocurre si la norma es injusta, o errónea, o… En realidad, quien opone semejantes objeciones al cumplimiento de la ley, expresa su desnudo deseo de imponer su santa voluntad y que las cosas se hagan como a él le convienen.  Pero sin el acatamiento de la norma en una sociedad civilizada y democrática no hay respeto. Y sin respeto, no hay igualdad ni dignidad.
Digo esto, porque hace días que vivo perplejo. No entiendo qué nos ocurre. Cómo es posible que en una sociedad avanzada como la nuestra las mujeres aún se sientan inseguras e incómodas. Incluso más ahora que años atrás. Así lo expresó rotunda una estudiante el otro día. Esa afirmación me estremeció, porque algo no va bien si una mujer tiene miedo a regresar sola por la noche a su casa, o si aún tiene que soportar la sordera masculina al no, o sentirse medida por su escote o su tacón. No entiendo cómo es posible que estos comportamientos que yo creía más propios de otras épocas son muy intensos en los jóvenes de hoy. Que serán muy milenials y todo lo que ustedes quieran, pero siguen siendo tan o más machistas que sus tatarabuelos. No cabe duda de que en nuestras sociedades hay tremendos techos de cristal para las mujeres, y estos días los medios trasladan cifras y porcentajes que señalan esos techos sobre los que en muchas ocasiones se alzan los varones. Yo creía que esto había cambiado, y que paulatinamente, sobre todo las generaciones más jóvenes, vivían las cosas de otra forma y poco a poco resquebrajaban ese cristal. Fue desolador comprobar que no era así.  Preguntadas mis alumnas sobre cómo se sentían, todas, sin excepción, afirmaron que se sentían incómodas e inseguras. Algo estamos haciendo mal si no hemos logrado avanzar por la senda de la igualdad. Y no creo que se logre con la “educación para la ciudadanía”, porque convertida en una asignatura lo que debiera ser un hábito ciudadano, termina por tomarse más como un obstáculo curricular a superar antes que la ética de un ser humano libre, digno y mentalmente sano.  
Nuestra resistencia a acatar las normas, la involución en materia de igualdad entre sexos, todo viene, creo yo, de la falta de respeto. Ese es el origen de todo, que no sabemos ni queremos respetar al otro y tratarlo con dignidad. Nadie nos educa para respetar. Nos educan para juzgar, para ser jueces de los demás. A los hombres en particular, nadie nos educa para controlar nuestra testosterona, y además, este empeño en postergar indefinidamente la necesaria madurez para que los chicos no sufran, ha terminado por llenarlo todo de montones de varones jóvenes que a pesar de su edad siguen dando rienda suelta a sus instintos y comportándose como descabezados de patio de colegio. Nadie les dice que hay que ser persona, y nada les invita a serlo.  Las sociedades sanas son aquellas en las que sus miembros se respetan y se sienten dignas de consideración. No importa la raza, el sexo, el origen… sólo importa la persona, que por el mero hecho de serlo se hace merecedor de respeto. Respeto y dignidad, esa es la clave para que nuestra sociedad esté sana. Respetar y tratar dignamente, así de sencillo.
 (publicado en EL COMERCIO el 11 de marzo de 2018)

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